Tras 4 días en Jartum, llegó el momento de adentrarnos en la profundidad de las aldeas nubias. ¡Ya teníamos ganas! Para ello, contamos con la ayuda de Mohammed, un joven sudanés alto, delgado, con un bigotillo de unos 2 cm y con la cabeza cubierta por un pañuelo a cuadros que se ponía con soltura.
Mohammed poniéndome el turbante
El camino estaba plagado de controles de policía en los que teníamos que entregar una copia del permiso.
Seguimos el curso del Nilo, una vez más. Es curioso ver cómo la vida gira entorno a él. Un vergel de palmeras y cultivos lo flanquean hasta la desembocadura en Egipto.
El Nilo desde arriba
El paisaje llama la atención. Conforme salimos de Jartum, a un lado queda el Nilo y a otro el desierto. Nos sorprendió la presencia de unos puestos en medio de la nada que íbamos viendo periódicamente. Eran pequeños techados bajo los cuales se encontraban al menos dos grandes vasijas llenas de agua para algún despistado. Es entendible dado el terrible calor que debe hacer allí en verano.
Ara en el desierto
Huertos de la ribera del río
Tinajas de agua
La primera noche la pasamos en Gadaar, en la casa de Hassan. Era un sitio con la arquitectura y decoración típicas de los nubios. Son casas pintadas con colores claros llamativos, como verdes pistacho o amarillos chillones, sin puertas y soportales y una característica común a todas ellas: camas por todos lados y gente muy amable. No hay casi ni una silla, solo camas. Es fácil encontrarte a alguien de la familia revolcado en cualquiera de ellas. Hassan nos invitó a cenar un ful que nos supo a gloria.
Por esta zona no te quedarás a dormir en la calle porque es tal la hospitalidad que hay que tendrás que dormir en la casa de alguna familia.
Casas nubias
Continuamos el curso del río hasta Soleb. Nos quedamos en casa de Mohammed, un amable octogenario vestido con chilaba blanca y turbante del mismo color y unas escarificaciones en la cara, típicas de los nubios hechas por su madre cuando era niño. También estaba como una tapia con lo que nuestras conversaciones eran de lo más interesantes. Era realmente encantador y no se cansaba de contar la historia de una arqueóloga italiana que vivió en su casa casi 20 años, mientras realizaba tareas de recuperación en las ruinas cercanas.
Tras visitar las ruinas en la única compañía de Mohammed (el nubio) que insistió en venir, y la orilla del Nilo en busca de cocodrilos, nos dejó solos. El sol se ponía dejando entrever la silueta de las que fueron imponentes columnas casi 3500 años atrás. A continuación, y de entre la vegetación, una imponente luna llena se encargó de iluminar aquella impresionante e inolvidable fotografía.
Soleb
A la mañana siguiente llegamos hasta la tercera catarata…bueno de catarata tiene más bien poco pero ver el gran río desde lo alto de una colina mereció la pena. Nuestro destino era Tombos, un pueblecito muy parecido a Soleb, al lado del río. Aquí vimos algo que resume la situación del patrimonio de Sudán, una estatua de mas de 3000 años tirada en medio de una escombrera justo al lado de una enorme montaña de basura y sin ninguna protección. Es tal la cantidad de tesoros que tienen que es imposible hacerse cargo económicamente de todo. De hecho, es fácil ver restos de cientos de vasijas de miles de años en cualquier descampado.
Tercera Catarata
Tombos
Llegamos pronto y nos dimos un paseo por las calles de arena de playa del pequeño pueblo entre casas blancas y verdes. No tardamos ni un minuto en llevar un enjambre de críos tras nosotros. Un rato después, también se unieron un grupo de señoras ataviadas con coloridos vestidos, interesadas en saber cosas de Ara, a la que hacían todo tipo de preguntas. Una típica era si teníamos hijos. Tratar de contestar a esta pregunta, teniendo en cuenta que allí la edad de procrear es mucho más temprana que la nuestra, era una tarea complicada. Tras varias semanas por Sudán, descubrimos que lo mejor era decir que para el año que viene a lo que ellos siempre respondían: inshalla, o lo que es lo mismo, si Dios quiere. Se repitió tantas veces esta situación durante nuestra estancia en Sudán que si Dios quisiera, para el año que viene tendríamos un regimiento de niños…
Tombos
Una de las mujeres se nos ofreció a hacer la henna en manos y pies insistentemente. Nos invitó a su más que humilde casa, donde en una de las camas descansaba el marido enfermo sin casi poderse mover. Una vez más, invitados de honor, con pan, café y miradas curiosas de las hijas, nos sentimos como en casa.
Continuamos nuestro camino rumbo a Meroe pero antes paramos en Kerma, que fue el centro del reino de Nubia y de allí nos dirigimos a Karima. En los alrededores de esta ciudad hay ruinas de gran interés como Gebel Barkal, El Kurru y Nuri. Algo común en muchas de ellas era la presencia de un perrillo guardián. Bueno, lo de guardián es por decir algo ya que era un pequeño chucho que nos veía a la legua y se acercaba a nosotros para guiarnos. Nos hacía mucha gracia verlo todo chulito a unos metros por delante de nosotros indicándonos el camino correcto.
Guardián de El Kurru
En Karima, un guía que conocimos en un puesto de pollos a la barbacoa buenísimos, nos explicó que Gebel Barkal significa en árabe montaña pura. Y que Gibraltar venía de la unión de Gebel Tariq o lo que es lo mismo, la Montaña de Tariq, en honor a Táriq ibn Ziyad, quien desembarcó allí las tropas del Califato Omeya en el 711.
Karima y alrededores
Mohammed nos propuso ir a la boda de un primo a unos 40 kilómetros río abajo. ¡No pudimos resistirnos! Con nuestras mejores galas allá que nos fuimos. Al llegar al pueblo, todos los invitados estaban ya. En cuanto nos bajamos del coche, un grupo de mujeres se nos acercó y me pidieron permiso para llevarse a Ara a la zona de mujeres (¡como si yo pudiera decidir!). Según nos contaron, el casamiento se divide en 3 días separados entre sí por 2 meses. Hasta el tercer día no hay fiesta conjunta.
Los hombres estaban vestidos con blanquísimos trajes y enormes turbantes del mismo color fuera de la casa, mientras ellas, vestidas con preciosos trajes de colores con los que además cubrían sus cabezas, estaban dentro. Menudo cachondeo que tenían allí formado.
Todos nos saludaban con orgullo y queriendo hacerse fotos con los invitados de honor. En realidad, el orgullo y la enorme suerte era nuestra. Comían por turnos. Se sentaban alrededor de varias mesas y tras comer se levantaban y se sentaba otra tanda. No tardamos nada en que nos tocara. Varios hombres, cargados con enormes bandejas repletas de todo tipo de deliciosos platos se encargaban de servir la mesa. Pescado, ful, queso, carne de cabra y dulces para todos.
Después de un rato tiene lugar el enlace. En él, los padres (varones) de los novios se sientan junto al imán. Alrededor de ellos, el resto de hombres hacen compañía y responden al unísono a los cánticos del jefe. Enseguida firman el trato y todos aplauden y se felicitan mientras otros dos disparan al aire con una escopeta y una pistola, respectivamente. El acto fue muy curioso pero a mi se me puso el corazón por bulerías.
En este momento, y ya casados, los hombres y mujeres se juntan. Nos hacen miles de fotos mientras los otros dos siguen pegando tiros.
Estamos muy agradecidos a Mohammed por habernos permitido vivir este momento tan íntimo y especial con él. Bueno, y con todos los invitados que nos trataron como a un familiar más. Incluso uno de ellos nos invitó a desayunar en su casa al día siguiente, y allá que fuimos, porque un/a sudanés/a nunca aceptará un no como respuesta.
Boda del primo de Mohammed cerca de Karima
En nuestro camino de vuelta a Jartum y tras un par de días de escala por distintas ruinas nubias, llegamos a la reina de todas. Las pirámides de Meroe. Nos alojamos en el hotel que tienen los de Italian Tourism Tour. Son unas 8 o 10 tiendas de campaña de lujo en el mismísimo desierto desde donde se ven las pirámides. Algunas de ellas han sido reconstruidas por completo y otras solamente restauradas. Se respira misterio al pasear en soledad entre ellas. No tengo palabras para describir la belleza de la puesta de sol en silencio que nos brinda el desierto desde la pirámide 21. Inolvidable.
Pirámides de Meroe
Tras visitar Nawa y Es Musawarat, iniciamos la vuelta a Jartum aunque nos quedaba un último regalo de Sudán y su gente. Mohammed nos llevó a casa de su hermana, donde pasamos la tarde con toda la familia, sintiéndonos una vez más como en nuestro hogar. Nos volvieron a hacer la henna mientras nos invitaron a comer y beber te. Estamos muy agradecidos.
Nawa y Es Musawarat
Nuestros días en África han llegado a su fin. Miramos atrás y parece que hace un siglo que empezamos nuestra aventura en el aeropuerto de Madrid y con la incertidumbre y los nervios de enfrentarnos a lo desconocido.
Hemos recorrido más de 16.000 kilómetros y 6 países. En todos y cada unos de ellos, nos hemos enamorado. Murchison Falls, la magia de Bwindi, el lago Kivu, Serengueti, Ngorongoro, la costa Swahili, Mombasa, el Valle del Omo, Danakil, Erta Ale, Pirámides de Meroe…pero sobre todo de su gente, los Karamajon, Bukenya, los masais y swahilis, benas, mursis, hamers, Mohammed, los nubios…gracias a todos ellos.
Nos vamos con la pena de dejar todo esto atrás. Han sido meses intensos y en ocasiones duros, pero que sin duda quedarán en nuestros corazones (y estómagos) para el resto de nuestras vidas.
Volveremos.