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En busca del Arca








El camino hacia el norte de Etiopía nos lleva hasta Hawzien. Está enclavado en las montañas Gheralta cuya morfología recuerda a las del lejano oeste de las películas. El paraje es más bien seco aunque también se observan grupos de árboles que dan un aspecto similar a nuestras dehesas, que tanto añoramos.


El día que llegamos, conocimos a un chaval que se nos ofreció para guiarnos por los alrededores del pueblo. Tras una buena injera, quedamos con él. El calor aprieta bastante.



Salimos del pequeño pueblo por las inacabadas calles. Hay farolas sin la parte de arriba, lo cual nos promete que en un futuro, lejano probablemente, habrá alumbrado. Lo dejamos atrás y pronto vemos las montañas rojizas que nos recuerdan al Cañón del Colorado. Hay casitas esparcidas por los prados, en los que todos ayudan con las tareas. Vemos cómo levantan el trigo para separar el grano de la cáscara, mientras un grupo de vacas pisotea, moviéndose en círculos, una montaña de paja guiadas por un chaval que les atiza con una vara. Según nos dicen es para hacer local beer…


Vamos caminando por bonitos senderos saludando a las familias desde la distancia. Los niños comienzan a seguirnos y en un momento se nos juntan al menos 15, rodeándonos y pidiéndonos lápices y caramelos.



Conforme andamos, vamos cruzando por iglesias con el típico estilo ortodoxo, coloridas y con varias cruces en lo alto. Cuando los fieles pasan por una de ellas, golpean la pared con sus frentes varias veces, alternando cada cabezazo con un beso.



El sol está cayendo y subimos a un alto desde el que tenemos unas bonitas vistas de las montañas. Ya es de noche cuando entramos de vuelta en el pueblo. La absoluta oscuridad de las calles solo es rota por la luz de nuestras linternas. Ha sido una primera toma de contacto de lo que haremos a la mañana siguiente.



La zona de Gheralta es famosa por su cerca de 35 iglesias excavadas en la roca a las que se acceden por complicados caminos. Hawzien está situado entre Mekele y Axum, en la región de Tigray, y fue fundado por los Sadqa, los Honestos, que según cuentan eran un numerosísimo grupo de cristianos recelosos capaces de alimentarse solo de hierba y que llegaron para proclamar sus herejías. Pronto fueron masacrados. En la historia más reciente, en 1988, el mercado fue bombardeado desde el aire por el régimen de Mengistu, causando la muerte a más de 2500 personas. Hoy en día, aún se pueden ver los restos de aquella terrible masacre.


Veníamos dispuestos a ver la que es sin duda una de las más espectaculares de todas las iglesias excavadas de Etiopía, Abuna Yemata Gub. Para ello, recorrimos los 8 kilómetros que hay desde Hawzien hasta Megab, en bajaji. Allí es donde está la oficina de guías oficiales de la zona, que no es más que un pequeño quiosco lleno de polvo donde una simpática joven te da un recibo después de haber pagado 385 birr y haberse quedado con el cambio.


El bajaji nos deja a un par de kilómetros desde donde empieza la ascensión. Los recorremos a pie y por fin empezamos a subir. Nos han comentado que en la subida hay un tramo un poco peligroso. Tras andar unos 40 minutos subiendo por gruesas piedras, llegamos a una pared completamente vertical con unas pequeñas oquedades en las que no entra casi ni el dedo gordo de un pie. Hay unas vistas impresionantes desde aquí. Además, un grupo de unos 4 o 5 señores, al parecer feligreses, descansan disfrutando de las vistas. Nos dice Arre, nuestro guía, que suelen ayudar (a cambio de propina) a aquel que quiera subir. Van vestidos con trajes de chaqueta roídos y llenitos de polvo. Son muy agradables y simpáticos aunque ninguno habla nada que no sea amárico.


La pared tiene unos 4 o 5 metros de altura y nos ofrecen una cuerda como ayuda. Se nos colocan un señor delante y otro detrás indicándonos con gestos dónde ir poniendo nuestros pies y manos. Nos hemos tenido que descalzar al tratarse de un lugar sagrado, lo cual da más emoción o más inconsciencia al tema. Tardamos un rato en subir. A partir de aquí dejamos las cuerdas. Sin embargo, queda lo peor. Son subidas por estrechas pasarelas naturales rodeadas por precipicios a ambos lados. Cuando llegamos arriba, estamos en lo alto de una piedra de un metro cuadrado a no sé cuánto del suelo. Me quiero bajar de allí cuanto antes. Esto es lo que ocurre en mis pesadillas, que estoy en un lugar altísimo en una plataforma mínima que no me permite moverme ni un centímetro ¡¡para no caerme al vacío!!


Por último, desde allí, y con un tronquito como barandilla, hay un par de metros de subida por una enorme piedra que conecta con la zona donde está la iglesia. Aquí me quedo paralizado unos segundos y me pregunto quién nos ha mandado a nosotros meternos en este berenjenal. Subimos de uno en uno debido a la estrechez de la piedra. Por fin estamos arriba. Ahora solo quedan los últimos 6 metros para llegar. Ya no hay más subidas. Nos dicen que andemos de espaldas al barranco y que no miremos atrás. Por supuesto, mirar es lo primero que hacemos. La anchura es suficiente para andar, como medio metro, si estuviéramos a ras del suelo, pero estando a esta altura, un simple temblor de piernas o un tropezón nos manda para arriba. Como para mi padre, vamos.

¡¡¡Hemos alcanzado nuestra cumbre!!! Aquí, un monje reza sin inmutarse por nuestra presencia (aunque a la salida nos pedirá perras, claro). Estamos impresionados al ver cómo esta gente se mueve por estas repisas y piedras como si fueran cabras. La iglesia es muy pequeña pero preciosa y se accede a través de una diminuta puerta cavada en la roca. El suelo está enmoquetado y las paredes decoradas con bonitas pinturas aún visibles, con distintos pasajes de la biblia.


La bajada será más llevadera, con la ayuda de los amigos.


Desde Abuna Yemata, vamos a Debre Maryan Korkor. En realidad, solo fuimos Arre y yo, ya que Ara, o más bien su estómago, la obligaron a irse al hotel a descansar. Esta iglesia se encuentra a 2480 metros sobre el suelo y aunque la subida no es tan peligrosa como la anterior, sí que es bastante dura por lo empinado del camino lleno de piedras y por el aplastante calor que hace. Todo esto sumado al cansancio y la adrenalina gastada por la mañana hace que cueste llegar arriba. El esfuerzo merece la pena, las vistas en 360 º son increíbles y la iglesia agradable y tranquila.



Hawzien y las iglesias de Tigray han cumplido con las expectativas. Nos han impresionado, sobre todo, la localización que tienen. Estamos agotados por el largo día y preocupados por la salud de mi compañera.


La siguiente parada fue Axum. En principio pretendíamos pasar unos días de calma por aquí, pero problemas técnico-estomacales casi hacen terminar la aventura de manera precipitada. Por suerte, conseguimos aplacarlo con éxito.


Axum está plagado de iglesias y, como en el norte del país, se respira un ambiente exageradamente eclesiástico. Llama la atención el Campo de Estelas, compuesto por unos 75 monolitos de distintos tamaños.

Pero la reliquia religiosa que más llama la atención es el Arca de la Alianza, que según cuentan, facilitó con sus misteriosos poderes el levantamiento de las estelas. Está en una dependencia santificada dentro de la Catedral de Tsion Maryam y sólo uno de los custodios está autorizado a verla. Es tan sagrada para ellos, que en cada iglesia tienen una réplica a la que veneran con respeto máximo.


Emprendemos camino al que será nuestro último destino etíope, Gondar. Pero dicho camino no será nada fácil. Sólo hay un bus que nos lleve directos y sale a las 6 de la mañana y aquí lo de respetar los turnos de llegada como que no se lleva mucho, y menos aún siendo faranji. Como nos temíamos, no conseguimos sitio en el bus, así que pasamos al improvisado plan B, que consistía en coger 3 minibuses y tardar 3 o 4 horas más que el otro en llegar al destino.


El camino nos quitó el habla durante las horas que tardó el autobús en atravesar las imponentes Montañas Simiens con picos de hasta 4500 metros de altitud. La carretera es estrecha y llena de baches, pero lo que asusta son los altísimos acantilados que hay a los lados. Son giros de 180 º que el chófer coge más ligero de la cuenta.


El paisaje es precioso, de nuevo, de aspecto montañoso. Podríamos estar en los Pirineos.


Tras una nueva trifulca con el listo de turno del minibús, a cuenta del dinero que tenemos que pagar por ser blancos, llegamos a Gondar. Esto es una cosa que nos ha perseguido en el casi un mes que hemos estado recorriendo Etiopía y más que en ninguno de los otros países. Ya sea por lo que cuesta el billete de autobús o por indicarte dónde hay un cajero, te van a pedir unos cuantos birr. Es agotador. Un día compras una botella de agua a 15 y mañana te piden 30. O una habitación cuesta 250 y cuando pasas a verla y decides quedarte, ya ha subido a 500. Es una cosa que no nos ha gustado en absoluto del país. Afortunadamente, hay gente que intenta acabar con esta manera de estafar a los extranjeros. Hace unos días viajábamos en un minibús en el que habíamos pagado 150 birr los dos. Suponíamos que habíamos pagado un precio faranji, como de costumbre. De repente, en uno de los mil controles de la policía que hay, se nos acercó un agente y nos preguntó expresamente a nosotros cuánto habíamos pagado. Sin dudarlo, le contestamos y automáticamente se fue a por la libreta para multar al conductor. Tras echarle una buena bronca, obligó al joven ayudante de minibús, a devolvernos los 50 birr que nos había intentado colar.


Gondar es la cuarta ciudad más poblada de Etiopía con unos 240.000 habitantes. Bastante acogedora, tiene varios atractivos. Destaca sobre todos, Fasil Ghebbi o Recinto Real, rodeado por enormes muros de piedra y en el que se encuentran seis castillos, un complejo de túneles y otros edificios como una sauna o una jaula donde se guardaban los leones del rey.


El castillo más impresionante data de 1640 y es conocido como el castillo de Fasilidas, quien lo construyó. Está hecho a base de piedra y con una combinación de estilos que lo hace único: portugués, axumita e indio. Es el que mejor se conserva ya que el resto, aunque restaurados, fueron destruidos durante la Segunda Guerra Mundial.


Fuera del recinto, se encuentran los Baños de Fasilidas, con una extensión de 2800 m2. En medio de la enorme piscina de piedra, se erige un pequeño palacio que servía de segunda residencia del emperador.


De vuelta al hotel, hay mucho ambiente por las calles. Hay poca luz. La gente sale de las iglesias por centenares. Nos sorprende la enorme cantidad de niños que no tienen hogar. Es tal la necesidad que incluso en las farmacias venden cupones por 10 birr para dárselos a los niños de la calle y que puedan canjearlos por pan…


Nuestro tiempo en Etiopía se acaba. Vinimos para 15 días y nos hemos quedado 25. Es un país de contrastes. Desde el sur, plagado de tribus de lo más dispares, al norte más religioso, pasando del cielo de Lalibela o Tigray, al infierno de Danakil y el Erta Ale. Pero sobre todo, una vez más, nos quedamos con la gente, con Gech, el rastafari tirillas, Simon y Teddy, de Gondar, Johannes y Gesch de Lalibela, Arre de Hawzien y otros muchos. Muchos.

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