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Del Cielo al Infierno








Addis Abeba nos recibe de nuevo, esta vez con los brazos abiertos. Volvemos al hotel Wutma, donde las chicas nos dan una vez más la bienvenida con alegría. Nos gusta el sitio, sobre todo el restaurante donde te puedes comer desde un buen tip a una riquísima lasaña, eso sí, picante como un demonio.


Tenemos un par de días para arreglar cómo hacer la depresión de Danakil y el volcán Erta Ale. En 2012, un grupo de terroristas eritreos atacó a 5 turistas alemanes y los asesinó, además de secuestrar a los guías que iban con ellos. Desde entonces, el gobierno etíope estableció una base del ejército tanto en Danakil como en el volcán y exige que todos los turistas vayan acompañados de un soldado armado, un cocinero y un guía oficial. Por supuesto, todos cobran.


Nuestros amigos del Paso Noroeste nos dieron un contacto que resultó ser la mejor opción de todas. Ethio Travel and Tour, y Sunight, la encargada, nos puso todas las facilidades para hacerlo con ellos. Pero antes toca Lalibela.


Lalibela está situada en las montañas de Lasta y es famosa por sus iglesias escavadas en el suelo. Según cuenta la leyenda, Lalibela nació siendo hermano del monarca reinante. De joven fue atacado por un enjambre de abejas, lo que su madre interpretó como una señal de que algún día sería rey. Esto no le gustó nada a su hermano quien intentó envenenarlo. Pero en lugar de matarlo, lo que consiguió fue que durmiera durante unos pocos días en los que soñó que un ángel lo llevaba a una ciudad de iglesias excavadas en la roca que le ordenó reproducir. Casualmente, el rey, también soñó que debía cederle el trono a su hermano así que todo arreglado.


Las iglesias están divididas en 3 grupos. Todas son realmente impresionantes, excavadas en el suelo y comunicadas por pasadizos subterráneos. La UNESCO tuvo la genial idea de protegerlas con unas horrendas carpas que no te permiten ver nada desde arriba. Sin embargo, hay una que nos muestra la grandiosidad de la obra, Bet Giyorgis. En forma de cruz, tiene más de 15 metros de altura (o más bien de profundidad, según se mire) y posiblemente, sea la más llamativa de todas. Ver un atardecer desde allí es algo que recomiendo a todo el mundo.



En Lalibela llama la atención el fervor religioso por parte de todo el mundo. Van vestidos con unas largas mantas blancas rodeando su cuerpo y, los hombres, unos turbantes del mismo color. Son cristianos ortodoxos, como en la mayoría del país. Es fácil encontrar alguna persona con un tatuaje verdoso en forma de cruz en su frente. Como contrapunto, los chavales juegan al ping pong y al futbolín y nosotros con ellos, en todas las esquinas con una expectación asombrosa.



Conocimos a Johannes y Gech, dos primos, uno de 12 y el otro de 17 años que nos enseñaron a jugar al Gábata. Además, el más chico, nos insistió en que fuéramos a su casa a tomar café al día siguiente. Cuando por la tarde llegamos al oscuro callejón donde vivían, un grupo de vecinas y un montón de niños nos esperaban. Ambos primos vivían junto a la joven madre de Johannes y algún crío más, en una muy humilde casa de dos habitaciones, una ocupada con trastos y la otra que hacía las veces de comedor, cocina de carbón y dormitorio. Eso es todo lo que tenían. Estaban orgullosos de que dos faranjis estuvieran tomando café en su casa. La luz se iba y venía todo el tiempo. Nosotros no sabíamos como agradecer tanta alegría por su parte. Pasamos un rato inolvidable intentando aprender alguna palabra en amárico y enseñándoles fotos de nuestras acomodadas vidas en España. Pasado un buen rato ya era de noche. Nos acompañaron hasta la esquina y nos despedimos con la alegría de haber compartido ese momento con ellos. Al llegar al hotel tomamos una ducha de agua caliente y nos pusimos ropa limpia antes de irnos a dormir a nuestra cómoda cama…


El camino hasta Mekele nos supuso 10 horas por carreteras serpenteantes que nos quitaban la respiración. Desde aquí, parten la mayoría de rutas hacia la depresión de Danakil y al Erta Ale. Con casi 200.000 habitantes es una de las ciudades más grandes del país.


La Depresión de Danakil, o también llamada Dollol, está en la misma frontera con Eritrea y es el punto más caliente de la tierra con una temperatura media de 35ºC llegándose a alcanzar temperaturas ¡¡superiores a los 60ºC!! Para colmo, está a unos 130 metros por debajo del nivel del mar. Además, los más de 30 volcanes activos o latentes que hay repartidos en la zona dan un aspecto al entorno propio de otro planeta. Pero lo que sin duda la hace única son los extraños manantiales que salen del suelo de aguas calientes sulfurosas y elementos como el hierro, cobre o magnesio que hacen un cuadro de colores imposibles. Nunca he estado en el infierno pero creo que no tiene que ser muy diferente a esto.



Pues a pesar de todo esto aquí vive gente. Los Afar. Por lo visto, daban la bienvenida a los extranjeros cortándoles los testículos. Entiendo su cabreo, con tanta calor, tantísimas moscas y sin agua. Es lo menos que podrían hacer. Actualmente, solo son seriotes y muchos llevan un Kalasnikov que usan más como complemento que para otra cosa. Las mujeres llevan el pelo largo hecho trencitas pegadas a su cabeza.


También vemos unas minas de sal. El viento, arrastra el agua salada del Lago Asale, como si fuera una marea, y el terrible calor se encarga de evaporar el agua, dejando la sal y dándole un aspecto similar a la nieve.


Resulta impresionante ver cómo los afar pican las piedras de sal para darles forma de ladrillo que van cargando en los camellos a 50ºC en los días buenos. Cada lingote de sal lo venden a 5 birr y cada camello es capaz de transportar 26, con lo que la cuenta sale a 130 birr por camello. O sea, unos 6 euros. Para ello, han de recorrer la distancia que separa la mina del mercado en un día y medio a pie formando una impresionante caravana de unos 400 camellos unos detrás de otros. Posiblemente sea uno de los trabajos más duros del mundo.


Nos dirigimos hacia uno de los platos fuertes, el Erta Ale o según los afar, Montaña que humea. Para llegar al campamento base hay que recorrer unos 12 kilómetros por un camino impracticable, lo cual nos llevará más de una hora y media en 4x4. Cuando llegamos, aún sigue apretando fuerte el sol. Las moscas no nos dejan descansar bajo los sombrajos ni un minuto.



La cena será pronto. Esta vez a las seis de la tarde. Sobre las siete empezamos la ascensión. Ya era completamente de noche y nos guiamos solo por la luz de nuestros frontales. En la cabeza, uno de los guías indica el camino acompañado de un camello cargado de bártulos. El grupo lo cierran varios soldados armados que velan por nuestra seguridad. A mitad de camino paramos a hacer un descanso. Al apagar las linternas, un increíble cielo cubre nuestras cabezas. Es precioso.


Tres horas después, alcanzamos la meta. Hace viento y frío. A unos 50 metros vemos la lava brotando, en plena ebullición, como si saliera del mismísimo averno. Estamos impresionados por ver tan maravilloso fenómeno de la naturaleza. Miramos embobados durante largo rato. El volcán está muy activo y ha habido varias erupciones fuertes en las últimas semanas. El olor a azufre es muy fuerte.


Esta noche volveremos a dormir al raso oyendo los rugidos del Erta Ale. Las estrellas parece que puedan caer sobre nosotros. A las cuatro y media de la mañana nos levantamos para volver a contemplar tan maravillosa estampa.


Al amanecer iniciamos el descenso para evitar que el sol nos derrita por completo.




En el camino de vuelta a Mekele, nos dimos un baño en un lago de sal. La concentración de la misma es tan elevada que es imposible que puedas hundirte.


Hemos estado cerquísima del cielo para luego bajar a los infiernos. Continuamos la ruta hacia el norte de Etiopía. Las altísimas iglesias de Tigray nos esperan.







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