Atrás quedó la bella costa swahili. Desde Bagamoyo emprendemos rumbo a Kenia. Para ello, hacemos parada en un pequeño hotel de Tanga, una ciudad costera con una terrible humedad. Tratamos de combatir el horrible calor con una Serengueti bien fresca y parece que hace efecto. Creo que es mi keniana favorita.
A la mañana siguiente volvemos a subirnos a un bus que va directo a Mombasa, para lo que tendremos que parar en el puesto fronterizo de Hororo. El trámite es rápido, otro sello de salida y otro sello de entrada en nuestros pasaportes. Mientras, el autobús espera a los pasajeros fuera. Cuando acabamos, todos subimos de nuevo al bus y éste continúa camino ya por tierras kenianas.
Vamos un poco expectantes por ver cómo será la gente, ya que nos han comentado que en Nairobi, sobre todo, hay que mantener los ojos abiertos y estar atentos a nuestro alrededor. Al parecer es una de las ciudades más hostiles de África.
Llegamos a Mombasa a eso de las 4 de la tarde y tras valorarlo, decidimos continuar con nuestro camino hacia Kiserian, donde vive Rocío. Para ello, debemos coger un autobús nocturno que nos lleve a Nairobi. Queremos darnos un homenaje viajando en un autobús de primera y pagamos un poco más. Cruzamos los dedos para que el bus VIP que hemos comprado se corresponda con el de la foto y podamos dormir casi en una cama.
Fundada por árabes, Mombasa, con casi 1 millón de habitantes es la segunda ciudad más poblada de Kenia. Está plagada de mezquitas y es que el 75% de la población de aquí es musulmana. También es fácil ver la influencia india.
Hacemos tiempo en el Mercado de las Especias. Nos recuerda a un zoco o bazar musulmán con sus serpenteantes callejones plagados de pequeños y abarrotados puestos de telas, y por supuesto, especias de todo tipo, que dan un olor característico a la zona al mezclarse con el de las enormes montañas de basura que hay en cada esquina.
Aquí el concepto de matatu está llevado a niveles superiores. Completamente maqueados con gruesas ruedas y pintados con caras de raperos americanos y otros temas variados. Por la noche es aún más espectacular, ya que tenues luces de colores alumbran el interior y el exterior al ritmo de la música, mientras los resignados viajeros aguantan el tirón.
Cuando el autobús llega, por supuesto, nada es como decían. El asiento es gigante, no funcionan ni el respaldo ni el aire acondicionado y tiene más años que Matusalén. Huele a autobús keniano.
El viaje de noche fue infernal, lloviendo a cántaros formándose charcos a lo largo de la carretera en obras con el consiguiente riesgo. Pero lo peor y más peligroso de todo estaba a los mandos. Un chófer con camisa naranja que no paró de comer pipas posiblemente para no quedarse dormido al volante. Adelantaba solo y exclusivamente cuando había riesgo, como en curvas y cambios de rasante y no menos de 3 o 4 camiones seguidos. Además, sumaba puntos si venía algún autobús de frente. El hombre de al lado, un inmigrante de Arabia de cuarta generación, nos recomendó cerrar los ojos y dormir, antes que ver lo que ocurría en la carretera. Estábamos en primera fila.
Dormimos a ratos y a eso de las 3 de la mañana paramos a estirar las piernas. Era una zona de descanso con una venta de carretera y algunos puestos donde los masáis vendían algunos ropajes y accesorios. Me recordaba a las ventas de mi tierra y hubiera dado un dedo de la mano por un mollete con manteca colorá y un café con leche de esos que te dejan la lengua escaldada todo el día. En lugar de eso me bebí un buche de agua.
Continuamos el camino ahora con otro conductor mucho más tranquilo lo que nos permitió dormir un par de horas. Son las 6 de la mañana del viernes cuando entramos en Nairobi. El caos es absoluto y está todo completamente colapsado por el tráfico. Tardamos una eternidad en entrar en la capital. Me pregunto qué pensaría mi amigo Manolo, pedazo de chófer ubriqueño, al ver los autobuses corriendo a toda pastilla como en una carrera por las estrechas calles esquivando coches, peatones y tuk-tuks, y girando, sin apenas frenar, para tomar las curvas. Tardamos casi 3 horas en llegar a las oficinas de Tahmeed, situadas en una céntrica calle y donde se encuentran todas las demás compañías de autobuses.
Tras hacer un par de gestiones en la capital, nos vamos hasta la Railway desde donde salen los matatus hasta Kiserian. Tardamos una hora en llegar.
Kiserian es una pequeña localidad plagada de tiendas de construcción y gente por todos lados. Hay una importante población de masáis en cuya lengua significa Lugar de Paz. La limpieza brilla por su ausencia. Montañas de basura se queman en las calles, algunas de ellas flanqueadas por acequias que transportan un líquido negruzco con olor a cloaca y dudosa procedencia y en las que es mejor no meter un pie, porque no volverá a ser el mismo. Os lo aseguro.
Dentro de todo este ajetreo se encuentra un remanso de paz y esperanza para los niños y niñas más pobres de la zona, que por desgracia son muchos.
Rocío es una joven enérgica y echada para adelante que nació en Ubrique no hace muchos años y que pronto vio que su vida tenía que dedicarla a los demás. Hace cuatro años llegó a Kiserian junto con Verónica, una tímida keniana que vivió 20 años en España y con la que se compenetra a la perfección, ya que se conocen desde que se formaron juntas.
La tercera hermana es Inés. Es la más veterana y posiblemente una de las personas más buenas y entregadas que hayamos conocido nunca, junto con Tita Ana María. Desprende ternura y bondad. Toda una vida dedicada a los pobres. Tuvimos la suerte de conocer parte de su historia contada en primera persona. Admirable.
Entre las 3 empezaron un proyecto que consiste en la construcción de una casa de acogida para 60 niñas sin recurso alguno y en condiciones de pobreza. Está previsto que se termine a mediados del año que viene. Se respira emoción e impaciencia por que llegue ese momento.
Además, hay otras 7 chicas en formación con las que hicimos muy buenas migas. Son un encanto y nos deleitaron con unas canciones a varias voces y con instrumentos de percusión típicos del país, además de los buenísimos mandasi y el ugali, que con tanto cariño preparaban.
Tienen huerto y granja de gallinas y conejos que mantienen con esfuerzo y esmero todos los días y que les permite subsistir con sus propios productos en la medida de lo posible.
Todos los sábados van a una parroquia cercana y dan de comer a unos 40 niños de la zona. Son niños realmente necesitados de todas las edades. Nos invitaron a ir con ellas y fue uno de los momentos sin duda más emotivos del viaje. Algunos tenían 3 añitos y no levantaban dos palmos del suelo. Sorprendía verlos comer solos con esa autonomía que se les impone desde que nacen. Qué injusto. Nos han llegado muy dentro.
Hemos pasado unos días inolvidables con las hermanas en Kiserian. Gracias por la atención que hemos recibido y por hacernos sentir como en casa. Y gracias por las lentejas y los garbanzos que nos repusieron nuestros delicados estómagos después de 60 días de viaje y más de 8000 kilómetros en nuestros cuerpos.
Ojalá hubiera más personas como ellas.
Nos despedimos de las chicas con las que hemos pasado unos intensos días para seguir nuestra ruta por el este de África. Vamos hasta Diani, deshaciendo el camino hasta Nairobi y bus nocturno a Mombasa, donde cogemos otro que nos lleva hasta allí.
Diani es un lugar bastante turístico en la costa índica, en el que vamos a pasar varios días preparando las próximas semanas por Etiopía y cogiendo fuerzas. Además, está muy cerca de Mombasa, desde donde tenemos que coger el avión que nos lleve a Adís Abeba. Estamos en temporada baja así que conseguimos un muy buen precio apto para nuestros bolsillos en un cómodo apartamento. también nos encontramos con muchos masais, una vez más. Muchos de ellos empleados en mantener la seguridad en bares, restaurantes y hoteles.
Aquí todo huele a turista. Precios desorbitados y locales occidentales por todos lados. Es triste ver el contraste entre los mega lodges de súper mega lujo con playas privadas llenas de belgas, alemanes y polacos y los más que humildes lugareños que venden sus suvenires invitándonos insistentemente a sus tiendecitas llenas hasta los topes de pulseras, pendientes y todo tipo de figuritas. Se conforman solo con que mires lo que te ofrecen. ¿Qué hace que estemos en uno u otro lado? Tan lejos y tan cerca.
Conocemos a un chaval, Mohamed, en una playa cercana vendiendo cocos y nos ofrece ir hasta la isla de Wasini a ver la barrera de coral haciendo snorkel. Siempre está en la playa intentando ganarse la vida ya sea vendiendo cocos, ofreciendo excursiones o lo que surja. Le vemos todos los días que estamos por aquí y compartimos un rato de charla con él. Accedemos a la oferta y tras una hora de coche llegamos a Shimoni, donde cogemos un dhow para llegar hasta la zona protegida al otro lado de la isla.
Jafaar, nuestro guía, se lanza al agua y nosotros con él. Nada y bucea como un pez. Es impresionante las vistas submarinas de coral, peces de mil colores y tortugas marinas que se desplazan como pájaros bajo el agua.
Este último post nos ha generado sentimientos que no sabemos explicar muy bien. El contraste radical de la pobreza y el lujo frente a frente que no habíamos visto hasta ahora. Por desgracia estas diferencias abismales son cada vez mayores. Sin embargo, ellos no pierden la sonrisa.
Kenia nos ha sabido a poco y no hemos sentido la hostilidad de la que nos habían hablado sin bien es cierto que en Nairobi sólo estuvimos unas horas. Lo mejor de todo, una vez más, la gente.
Vuelve a tocar cambio de país. ¡¡Allá vamos, Etiopía!!