top of page

Dada África








Seguimos nuestra ruta en busca del techo de África. Con sus 5891 metros, el Kilimanjaro es el pico más alto del continente y alberga en su cumbre las famosas nieves a las que Hemingway hiciera referencia en su libro y que ahora son prácticamente un espejismo.


Nos desplazamos hasta Moshi, un pueblo con mezquitas, iglesias y templos hinduistas salpicados por toda la ciudad y a la que los turistas llegan para sus ascensiones a la enorme mole.


Nada más bajarnos del autobús, nos asaltan una decena de hombres ofreciéndonos sus servicios como guías y/o taxistas. Por más que les digamos que no, uno de ellos se empeña en acompañarnos para “hacernos de escolta” o indicarnos dónde dormir a cambio de una pequeña propina. ¡Son difíciles de despistar!


El Aa Hill, es un pequeño hotelito al costado de la estación de dalla-dallas bastante cómodo y limpio. Pero lo mejor de todo son las vistas del Kilimanjaro desde el balcón de nuestra habitación, siempre que las nubes lo permiten.


Pero además del Kilimanjaro, la zona tiene otras atracciones como las enormes extensiones de plantaciones de café y cascadas con limpias aguas provenientes de la cumbre.


El mercado es bastante curioso y la convivencia de tribus distintas como los masais, con sus típicos atuendos, o los chagas es fácilmente comprobable. En toda Tanzania conviven unas 127 etnias distintas, cada una de ellas con su propia lengua y tradiciones. Es apasionante.



Conocemos a Alpha, un chico masai que se ofrece a última hora del día a llevarnos a una cascada en un pueblo cercano visitando la plantación de café de unos amigos. Por más que le decimos que no, insiste hasta que lo consigue. ¡No veas la labia del nota!


Por la mañana, será finalmente Ole el que nos acompañe, otro masai amigo de Alpha. Es bastante delgado y espigado, llevando con mucho estilo su típica vestimenta compuesta por una especie de túnica decorada con mil cuadritos atada hábilmente a su cuerpo.




Los pequeñísimos rizos de su pelo han formado unos finos tirabuzones perfectamente orientados hacia atrás, dándole un aspecto aún más llamativo. Tiene dos minúsculas cicatrices en línea recta en ambos pómulos. Normalmente, los masais llevan solo una circular, hecha por la madre cuando aún son muy chicos. Nos cuenta Ole, que el hecho de llevar dos es porque tiene una hermana melliza.


Salimos de la ciudad y empiezan las plantaciones de café. Vemos el proceso desde la recogida hasta el tostado y, como no, la cata, en una comunidad Chaga. Charlando con uno de ellos,…, nos habla del deseo de unión de las razas y de que él es mzungu y nosotros negros. También nos enseña algunas palabras en Swahili y nos dice que Dada significa hermana. Dada África, me dice. Mi hermana África. Algo muy especial para mí.


Nos cargamos 3 cafelazos hasta arriba que se suman a los dos de la mañana y nos ponemos como motos. No es lo mejor para nuestras resentidas barrigas pero están bastante buenos. Cada uno de los pasos del proceso está acompañado por una canción que cantamos todos a coro, los chagas, el masai y los mzungu que participamos activamente cogiendo el palo para moler el café en un gran mortero de madera o agitando la bandeja de mimbre para librar los granos de las 3 capas que los protegen. Pasamos un muy buen rato con Jacob, Mathew y compañía. Nos cuentan cómo viven y sus costumbres. Desprenden mucha energía y buen rollo.



Continuamos subiendo y bajando por una estrecha vereda hasta que llegamos a un gran charco sobre el que cae un espectacular chorro de agua desde 90 metros de altura. Parece que llueva y un millón de pequeñas gotas nos golpea la cara, que lo agradece después del esfuerzo. Preciosa postal con Ole, el masai, como le llamaban los chagas, con la cascada al fondo. Antes de volver a Moshi, paramos a probar por fin una auténtica “banana beer”. Ahora ya podemos decir que no nos gusta…



A partir de ahí, empezamos nuestro camino hacia el sur. Llegaremos a Kondoa vía Arusha, de nuevo, en un tedioso autobús que nos volverá a desesperar y es que ¡¡ni nunca salen a las 6 ni nunca tardan 5 horas!! Pero ¡Hakuna Matata!


Kondoa y los alrededores, sobre todo Kolo, albergan una de las más impresionantes colecciones de arte rupestre repartido en 186 cuevas cuyas pinturas, en algunos casos tienen hasta 6000 años. Las más recientes, según los expertos, datan de hace 200. Para poder llegar a la zona, conseguimos alquilar una moto a un chaval de Kondoa. Una vez en el lugar, nos preguntamos desde lo alto de una de las cuevas con unas impresionantes vistas del paraje, cómo vivirían hace 6000 años los habitantes de estas áridas tierras. Al parecer y según las pinturas, aquello era zona de cebras, elefantes o incluso leopardos. Esos tiempos quedaron atrás.






Continuamos bajando hacia las “Highlands del Sur” o lo que es lo mismo, las Tierras Altas. Esta vez el bus nos dejará en Dodoma, la capital de Tanzania, donde cogeremos, horas después, otro hasta Iringa. La música que sale de la pantalla que preside el pasillo del coche es ensordecedora. Los vídeos que se proyectan no tienen desperdicio, al principio, sobre todo los bailecitos que se marcan. Pasadas varias horas y 300 vídeos musicales, no podemos más y me encantaría estrellar algo contra el televisor para acabar de una vez por todas con esta tortura china. Llegamos tarde y de noche y no nos queda otra que quedarnos en la mugrienta habitación de un hotel oscuro, donde uno se tiene que salir para que pueda entrar el otro. Estamos agotados.


Iringa está a 1600 metros de altitud y rodeada por unas formaciones rocosas muy particulares y cerca del Ruaha National Park. Tras buscar un aposento mejor, visitamos la ciudad, su mercado repleto de frutas, verduras y millones de diminutos pescados secados al sol. También la cestería es muy típica de aquí.


Nos gustaría haber tenido más tiempo para explorar los alrededores pero la costa Swahili nos llama a gritos…



bottom of page