Aún seguimos emocionados con la vista de la chimpancé en Kalinzu Forest cuando continuamos rumbo al plato fuerte de Uganda, los gorilas de montaña.
Nos dirigimos hacia Kabale, para lo que volveremos a coger dos matatus, el último de ellos infernal. Llegamos de noche a la ciudad, que como siempre está en absoluta oscuridad solo rota por los destartalados focos de los boda-boda. Intentaremos sin éxito después de casi dos semanas con el cubito, tomar una ducha de agua caliente en el Engagi Hotel. ¡A ver si mañana tenemos más suerte!
Kabale no tiene mucho que ver. De hecho, es bastante sucia y polvorienta llena de motos y coches así que sólo paramos a dormir. Al amanecer, cogemos un boda y nos vamos al Lago Bunyonyi cuyo nombre significa Lugar de Pequeños Pájaros y comprobamos por qué. El Lago está compuesto por 29 islas y rodeado de verdes colinas cultivadas con te en terrazas. Tenemos la suerte de ir en día de mercado y el ajetreo es importante a la orilla. El boda-boda nos deja en el Arcadia Cotages, un hotel de lujo en lo alto de una de las colinas desde el que hay unas vistas increíbles del lago y las islas. Estamos en época de lluvia y al poco tiempo de llegar, empieza a llover con fuerza, como todos los días a esta hora, y toca esperar a que pase la tormenta a cubierto.
Para llegar al lago, bajamos por una estrecha vereda junto al hotel y tras media hora de resbaladiza bajada en la que nos cruzamos con mujeres con enormes cargas de bultos varios en sus cabezas, llegamos al mercado. Hay puestos de fruta, carne, zapatos y gallinas y, como siempre, gente por todos lados que nos mira con curiosidad y nos llama la atención al grito de siempre. Varios chicos nos ofrecen insistentemente cruzar a alguna de las islas pero el tiempo no está para barcos.
La vuelta a Kabale la haremos a pie. Empezamos a subir por una empinada cuesta y enseguida se ponen a nuestro lado dos chicas y dos mujeres con enormes cargas en sus cabezas. Brenda, una de las chicas, es la que más se relaciona con nosotros aunque muy tímidamente, respondiendo a algunas de nuestras preguntas haciendo gestos con los ojos y sonidos que tenemos que interpretar, algo muy habitual por aquí. Gloria, la otra joven, no habla mucho pero sonríe cuando cruza la mirada con alguno de nosotros. Nos acompañarán un buen rato, marcándonos el sendero que tenemos que seguir hasta que nos despedimos de ellas en lo alto del puerto. Ha sido un bonito momento. Desde aquí ya todo es bajada hasta Kabale. A las 4 de la tarde empieza a llover, como siempre, y aligeramos el paso para llegar cuanto antes, mientras saludamos a diestro y siniestro a todos los campesinos y niños que nos salen al paso. Esto es precioso.
La cena la haremos en el Little Ritz Restaurant (al que sus ricos primos del resto del mundo no le han dejado ni las migajas), después de buscarlo durante casi 45 minutos por las oscuras calles de tierra del pueblo. Está en una segunda planta a la que se accede por una escalera exterior y alumbrado por una luz que se enciende y se apaga sin ninguna previsión y que nos tendrá en tensión la hora que esperaremos la cena y es que al no tener luz, es difícil conservar los alimentos, y lo que hacen es comprar en el momento los ingredientes. Así que, el chaval sale en busca del pollo y el resto de cosas. Somos los únicos clientes y uno de los camareros, quizás el dueño del local, duerme en un sofá en otro salón adjunto, mientras en la televisión hay puesto un partido de la liga inglesa.
Tras la cena, el amable chaval se ofrece a escoltarnos hasta el hotel junto al de seguridad armado con una enorme escopeta y vestido de militar. Le preguntamos que si hay mucha inseguridad y nos responde que no, pero por si acaso. Nos quedamos muuucho más tranquilos…
Dejaremos Kabale en un abarrotado coche para llegar a Kisoro. El camino es de subida y ascendemos hasta los dos mil metros. Es un pueblo grande custodiado por tres grandes volcanes, Muhavura, Sabinyo y Gahinga, y el Lago Mutanda, además de ser la entrada del Mgahinga Gorilla National Park.
Los días posteriores los pasaremos en el Golden Monkey Guesthouse, un pequeñito hotel donde nos acogen de maravilla y donde tienen el mejor restaurante de toda Uganda, o al menos eso nos parece. El rólex, pollo al curry, estofado de cabra o el muchomo de ternera entre otra docena de platos, son una delicia para nuestras bocas.
Visitamos los mercados del pueblo así como los alrededores, donde hay campos de café, patatas y otros cultivos. Nos desplazamos también para ver la zona de volcanes desde la que en días claros, puede verse el Congo. Una tarde, Eric, un chico del hotel, nos lleva a ver la puesta de sol en lo alto de una caldera volcánica. La vista es impresionante.
Llegamos hasta Rubuguri, con la intención de seguir el rastro de los gorilas de montaña. Es la única zona del mundo donde se encuentran y hay censados unos 840 ejemplares que se reparten por los bosques de Uganda, Ruanda y Congo. Para llegar hasta allí, tardaremos una hora y media en boda boda a pesar de los poco más de 25 kilómetros que nos separan y es que la carretera es terrible. Es un camino de tierra que serpentea subiendo un enorme puerto de montaña que por esta época, la época de lluvia, lo convierte en todo un reto al alcance de pocos pilotos, y más cuando vamos dos pasajeros y dos mochilas. En el paisaje la paleta de verdes parece no tener fin. Tito Antonio se volvería loco aquí con estos colores.
Durante la noche llueve el diluvio universal golpeando el tejado de lata de la habitación donde nos encontramos y dudamos si podremos llegar al acceso del bosque por la mañana. A las 6 de la mañana nos levantamos con nervios por ver lo que llevamos tanto tiempo esperando y, como si alguien lo hubiera ordenado, para de llover. Es el momento de irnos y Cedric nos espera en su moto para llevarnos a la entrada del Bosque Impenetrable de Bwindi.
Nos acompañan nuestro guía Miel y dos rangers armados con AK-47, algo a lo que estamos acostumbrándonos, porque al parecer puede haber elefantes salvajes que son muy agresivos al sentirse amenazados. Tras 5 minutos de incursión, entendemos el por qué de Impenetrable. Miel va abriendo camino a base de machete y tratamos sin éxito de evitar los charcos que inundan todo.
Una hora y media después, y con los pies completamente embarrados y empapados, el rastreador avisa a Miel que nos dice que estamos cerca. El corazón nos late rápido por la impaciencia de ver a los esperados gorilas. Ha llegado el momento. Hay que ser cuidadosos con las normas para evitar alterar sus vidas. Subimos un último repecho y ahí está, el líder de la familia, Kanone, un macho espalda plateada que nos mira de esa manera que no sé describir pero que nos llega hasta el fondo. Está acompañado de una de las hembras y un bebé. Nos acercamos un poco más pero Kanone no tiene ganas de humanos hoy, así que se marcha mostrando su disconformidad por nuestra presencia. Subimos un poco más arriba y nos encontramos con el segundo espalda plateada de la familia. Se encuentra junto a otra hembra y otro pequeño de ocho meses que juega con unas ramas intentando llamar la atención de su padre que protesta mientras come unas hojas extendiendo su largo brazo. Su madre nos observa de nuevo con esa mirada que no olvidaremos jamás. Es una escena entrañable. Son casi nosotros. Los contemplamos sin poder quitar los ojos de ellos, nos han atrapado.
Cuando llevamos un rato, el guía nos dice que nos vamos a acercar a otro gorila. Se trata de un macho de unos 12 años de edad. Está en un camino empinado y cuando por fin conseguimos llegar hasta él, decide cambiar de lado y pasa tan cerca nuestro que contenemos el aliento. Se sienta tranquilo ajeno a nuestra presencia seleccionando escrupulosamente las hojas más tiernas para comérselas.
Al rato se vuelve a levantar y se une a la fiesta del segundo grupo de gorilas. El guía nos dice que nos acerquemos a hacer las últimas fotos. Ya ha pasado una hora. Se ha acabado el tiempo para estar con ellos pero conservaremos siempre en nuestra memoria la mirada de Bwindi.
Ya de vuelta en Kisoro, escribiendo estas líneas, miramos atrás para ver que Uganda ha sido un país amable que nos ha impresionado, ha superado nuestras expectativas y que siempre guardaremos un trocito de él y sus gentes en nuestros corazones. Gracias a Bukenya, Gloria, Brenda, Joshua, Andrew, Lilian, Eric y a todos los que os habéis cruzado en nuestro camino y habéis hecho nuestra estancia inolvidable. Ojalá nos volvamos a ver.