Después del ajetreo de Kampala vamos decididos a meternos de lleno en Uganda. La primera parada es Jinja. Esta ciudad es conocida por ser donde se encuentran las Fuentes del Nilo (o al menos eso dicen). Tratamos de averiguarlo y nos montamos en una barca en el Lago Victoria para bajar hasta lo que dicen que es el nacimiento del Nilo. Cuando llegas ves que no son más que unas burbujas que salen del fondo del agua. Al parecer, en época seca el nivel del agua baja, y se ve cómo brota desde el fondo con fuerza. ¡Habrá que volver para verlo!
Desde ese punto, el río más largo del mundo recorrerá 6400 km hacia el norte hasta morir en Egipto. Impresiona pensar dónde estamos.
Al finalizar la ruta por la Fuentes del Nilo nos llevan a una estatua de Ghandi. Sorprende porque nos dice el guía que él nunca estuvo aquí. Al parecer, tenía el deseo de que sus cenizas fueran echadas en los cuatro ríos más grandes del mundo. A su muerte en 1948, sus deseos fueron cumplidos y el gobierno indio quiso homenajearlo poniendo un busto suyo en el nacimiento de los cuatro mayores ríos del mundo.
Continuamos la ruta hasta Mbale donde tras hacerse de noche y caer el diluvio universal, dormiremos en el Maisha Hotel. Es una ciudad a la que llegan los visitantes para subir el Monte Elkon. Será solo una ciudad de paso en nuestro camino hacia el norte.
Un largo y pesado viaje por caminos de tierra y polvo nos llevará a Kotido, la tierra de los Karamajones. Se trata de un pueblo dedicado al pastoreo y la agricultura y además, nos comenta Bukenya que eran guerreros con una gran destreza en el manejo de armas y la lucha provenientes de Etiopía. En sus palabras y gestos se ve una gran admiración por ellos. Fueron desarmados en el 2011 por el gobierno ugandés que les confiscó cuarenta mil AK47. Es curioso ver cómo niños de apenas 5 o 6 años están al cuidado del ganado con un arco de madera acorde con su estatura.
Actualmente, la zona es más segura que en el pasado solo se ve alterada por los enfrentamientos ocasionales entre Karamajones con los Masai y los Turcana que provenientes de Kenya, en lucha por el ganado.
A pesar de lo largo, el viaje se hace ameno, el paisaje es precioso, similar a la de la bahía de Halong pero en tierra, pequeños poblados, y gente a lo largo de todo el camino que nos saluda, especialmente los niños gritando “mzungus.” Los campos están repletos de vegetación y sembrados de todo tipo de plantaciones sobre todo plátanos y girasoles. Ahora entendemos por qué la llaman la Perla de África.
Nos sorprende la entrada a Kotido por el movimiento de gente en sus calles polvorientas a pesar de lo pequeño que es. Niños descalzos corriendo por todos lados. Motos y coches se mezclan con los Karamajones, ataviados con un solo pañuelo característico que se enrollan en la cintura y uno de los hombros. Algunos, también llevan un sombrero muy característico parecido a un bombín con colores a rayas decorado con una pluma.
La llegada al hotel tampoco nos deja indiferentes y es que está cercado por un enorme muro y alambre de espinos en su parte superior. Como en Kampala, nos miran los bajos del coche por seguridad. Aquí no hay tendido eléctrico así que toda la energía proviene de paneles solares y por tanto, hay que racionarla. Estamos un poco aturdidos por el impacto de la llegada pero decidimos salir a dar un paseo por el pueblo. Pronto los nervios se convertirán en emoción al ver cómo los niños se acercan a nosotros para ver de qué están hechos los mzungus y para hacerse fotos con nosotros. Bueno, los niños y los no tan niños.
Estamos tan a gusto que no queremos volver al hotel así que continuamos andando despacio hasta llegar a una explanada donde unos veinte niños juegan al fútbol, algunos de ellos descalzos y es que aquí la afición es increíble, como en muchos otros sitios de África. Pronto empieza a anochecer y el cielo a encapotarse así que decidimos volver.
En el hotel no hay luz y empieza a llover como hacía meses que no lo hacía. Es bueno para estas tierras y su gente. Tras cenar un rolex buenísimo nos vamos a la cama, que ha sido un largo día.
A la mañana siguiente, un chico nos acompaña unos metros más allá del hotel para que conozcamos a una familia karamajon. No va a ser fácil porque al principio desconfían mucho. Un joven nos somete a un tercer grado preguntándonos quiénes somos nosotros y para qué hemos venido. Hay un poco de tensión en el ambiente pero tras presentarnos, la cosa se relaja y nos plantan un banco debajo de un árbol y una docena de señoras se sienta enfrente nuestro a modo de tribunal para que charlemos un rato. Unos veinte minutos más tarde sale la “Mama” más anciana de la comunidad para agradecernos nuestra visita y que hayamos traído la lluvia con nosotros. Nos comenta que cuando llegamos por la tarde, estaba en el huerto y nos dice que no llovía hacía mucho tiempo, y que nuestra llegada ha sido una bendición para ellos, que les permitirá plantar nuevas semillas en la tierra para obtener así alimento para las familias. Es un momento muy emotivo porque lo dicen pensándolo de verdad. Todas las mujeres nos dan las gracias con entusiasmo. Nos despedimos de ellas después de hacernos mil fotos y ponemos rumbo a Lira pero antes de llegar nos queda un momento muy emocionante aún.
El pasado año, nuestros amigos Álvaro y Cristina, recorrieron África desde El Cairo a Ciudad del Cabo (www.decairoalcabo.com) y ayudaron a una señora llevándola al hospital. Me hizo el encargo de que si pasábamos por el poblado, le diera unas fotos de los días aquellos donde aparecen todos. Después de dar muchas vueltas y preguntar a todo el que veíamos, por fin dimos con el sitio. Cuando Anna Rose vio las fotos comenzó a abrazarnos y besarnos a los dos con los ojos llorosos por la emoción. Fue un momento que no sé cómo describir. Nos invitó a entrar en su casa, una construcción circular bastante humilde y sacó como tres kilos de cacahuetes para que nos los comiéramos mientras ella se acicalaba con sus mejores galas para hacerse una foto con nosotros que nos pidió que le lleváramos a Álvaro y Cristina. Justo antes de irnos, Anna Rose nos dedicó una plegaria y rezó por nosotros para que el viaje fuera bien. Fue un momento muy especial. Tras volver a besarnos y abrazarnos nos despedimos con un pellizco en la garganta que imagino que no será el último del viaje.
Durante un buen rato nos quedamos pensado sin decir ni una sola palabra mientras atravesamos paisajes impresionantemente verdes y pequeños poblados, intentando retener en nuestras retinas lo que hemos vivido en los últimos días en la tierra de los guerreros Karamajones.